Cuando observo reuniones de equipos y comités directivos presto una particular atención a la actitud con la que las personas abordan las dificultades. Es una simple manera de hacerse una idea de cómo se va a desarrollar la reunión y de los tipos de personalidades de sus participantes.
Existen personalidades a las que la más pequeña dificultad les desorienta, paraliza o incluso bloquea. Todo imprevisto les parece un problema. Mientras que otras personas afrontan los imprevistos y la incertidumbre con naturalidad, como retos que les ayudan a sentirse más capaces. Se toman la dificultad como una oportunidad para mejorar y crecer.
Los primeros -mentalidad fija-, ralentizan las reuniones, al poner el foco más en las dificultades que en las soluciones, impidiendo reuniones agiles y la toma de decisiones eficientes y consensuadas. Los segundos, -mentalidad flexible-, ponen el foco en la solución, por lo que hacen las reuniones dinámicas y facilitan llegar a decisiones colectivas y altamente efectivas.
¿Conoces a alguien que nunca quiere cambiar y reacciona con rigidez a lo nuevo? ¿Conoces a alguien que siempre culpa a los demás o a las circunstancias de lo les pasa? ¿Conoces a alguien que siempre expresa con convencimiento que está bien y que está mal? ¿Conoces personas que están siempre muy seguras de lo que dicen, viven en la certeza y creen tener siempre razón? ¿Identificas personas de actitud bipolar, de blanco o negro, conmigo o contra mí?
Esas son las personas con una mentalidad estática, fija, inamovible que contrasta con aquella mentalidad abierta, flexible dispuesta a adaptarse a las circunstancias y a experimentar permanentemente.
Es muy común pensar que todas las personas detestan la dificultad. Sin embargo, me he encontrado con muchas personas que realmente disfrutan enfrentándose a las dificultades. Son personas que siempre están preparadas para abordar retos, experimentar y probar nuevas alternativas. A mayor dificultad mayor entusiasmo y mayor compromiso con el crecimiento y el aprendizaje personal y del equipo. Son los verdaderos motores de las reuniones y de los equipos.
Es como el esquiador experimentado que va liderando un grupo que desciende la montaña esquiando. A medida que el primero va descendiendo y ganando velocidad el grupo tras él también va ganando cada vez más velocidad, lo que les lleva a todos a la búsqueda de una pendiente cada vez más retadora, a hacer giros cada vez; más arriesgados, más ambiciosos, más desafiantes.
De esta manera quien afronta la dificultad con valentía pone en marcha el círculo virtuoso de experimentación, aprendizaje, crecimiento y logro.
Pero además del efecto que tiene este tipo de mentalidad abierta en los equipos y sus reuniones, esta actitud posibilista ante las dificultades, potencia también el desarrollo de la inteligencia individual y colectiva.
A principios del siglo XX, cuando nació el IQ Test (Intelligence Quotient Test) como mecanismo para medir la inteligencia personal, se consideraba la inteligencia como un atributo inalterable con lo que se nacía y que además podía medirse con un dato.
Pero hoy sabemos, gracias a numerosos estudios, que la inteligencia no es una habilidad fija cuantificable, sino que depende sobre todo del grado de compromiso de cada uno con el aprendizaje; como dice Robert Steernberg
Sabemos también, según Alfred Binet, que la inteligencia se mejora con práctica, entrenamiento y método; pero que para ello hace falta una mentalidad abierta dispuesta a experimentar, crecer y desarrollarse. Experimentar implica tener una actitud abierta ante la dificultad y el error que facilite el aprendizaje continuo.
En mi trabajo me encuentro con personas muy inteligentes y muy capaces, y que sin embargo, se paralizan frente a pequeños contratiempos. Cuando las cosas no van como a ellos les parece que deberían ir, se sienten pequeños e incapaces. Rehúyen enfrentarse a la dificultad por miedo a equivocarse y fallar ante sí y ante los ojos de los demás, menoscabando así su crecimiento intelectual y el desarrollo del equipo.
Lo que resulta más curioso de todo esto es el carácter invariable, independientemente de las circunstancias, de esta disposición mental de algunas personas ante la dificultad.
Y es que no se trata de una actitud puntual debido a la circunstancia del caso concreto, como podría parecer a simple vista. En realidad es una disposición personal hacia lo desconocido, que está en el trasfondo de los comportamientos y que por tanto se manifiesta reiteradamente situación tras situación como un comportamiento automático difícil de evitar, aunque se sea consciente de ello.
En la era del metaliderazgo caracterizada por continuos cambios, con una gran necesidad de resolver problemas complejos de una manera rápida, las capacidades intelectuales consideradas como un atributo inalterable en el pasado, pierden importancia frente a la actitud positiva ante lo desconocido y ante la dificultad.
La mentalidad abierta del metaliderazgo afronta las dificultades, sin temor al error, como oportunidades de crecimiento personal, que aumenta la inteligencia individual y colectiva, porque facilita la experimentación y consecuentemente el aprendizaje permanente.